lunes, 29 de abril de 2013

Los Tres Rostros de la Diosa en el Cristianismo



Los Tres Rostros de la Diosa en el Cristianismo

Mixtificando el Cristianismo primitivo

Hay en el Cristianismo Primitivo una serie de figuras, unas muy conocidas, al menos en su parte pública, y otras menos, que presentan un gran número de paralelismos con las “mitologías” de tiempos anteriores a ellas.

Por un lado tenemos, empezando desde el principio, a Ana y Joaquín, padres de Maria, la Madre. Pero ya era, antes que María, Ana Madre por sí misma,  y anciana en su maternidad, y como Anciana hemos de tenerla en la búsqueda de la Triple Diosa dentro del Cristianismo.  Madre y Anciana a la vez, y antes Anciana que Madre, pues fue Madre siendo ya Anciana,  o eso nos transmite la Biblia.

Luego está la segunda Madre, Madre hija de Madre, María, esposa de José. Como su madre, desposada con un hombre cuyo nombre empieza por J., como Jano, o Ianus, el Diano de los latinos, anterior a la contaminación de su panteón por las aportaciones del más estético panteón griego. Jano es la deidad con dos rostros, uno mirando al pasado, otro al futuro… la deidad masculina muere para renacer como su propio hijo en los ciclos de la antigüedad. Y, curiosamente, no hay representación de la muerte de las Madres.

Y la segunda Maria, la Magdalena, hermana de Lázaro, el que fue y volvió (como otros antes que él, iniciático rito de muerte y resurrección, y ejemplo para la humanidad futura), para no morir hasta el último regreso de lo Divino Masculino, así lo prometió Él. Pero no podemos olvidarnos de Marta, la otra hermana de Lázaro, así Marta y María se convierten en la Isis y Neftis galileas, las hermnas-esposas del Dios que Muere y Resucita (regresa la imagen de la iniciación definitiva.

Quisieron hacer confundir los que tenían miedo (y aun lo tienen) a la Magdalena con una prostituta sin nombre que aparece y desaparece en la Biblia, pero no debemos dejarnos engañar por esa imagen manchada que se ha propagado de ella, y aun si lo fuera, ¿no estaría ya purificada por el contacto con Él, como limpió Krishna a Sarasvati y Nichdali, que habían caído la primera en la prostitución y la segunda en la servidumbre (¿idolatría?), tal vez trasuntos de las hermanas de Lázaro,  Marta y María (y convirtiendo tal vez a Arjuna, el discípulo amado de Krishna en Lázaro, o Santiago, o Juan… nunca en Pedro).

Tenemos aquí a cuatro mujeres (Ana, Maria Mater, María Magdalena y Marta) encarnando aspectos de la Diosa Triple. Ana primero como Anciana, y posteriormente con su hija María como madres (María, de mar, aguas fuente de vida). ¿Y no es María Madre también Doncella, virgen le dicen algunos? Las hermanas del pueblo de Magdala como aspecto oscuro (oculto) y luminoso de la Diosa en su madurez (Marta significa “blanca”, como Alba), Isis y Neftis, o acaso, tal vez, Neith, la Noche Generadora, la Noche Anterior al Día. De nuevo una deidad femenina de generación, como la Madre del Mar… y antes de ellas la Madre de la Tierra, la abuela de Todo y de todos, tal vez enmascarada como Ana, la abuela del Cristo de Galilea.

Y cuatro que son tres, y tres que son una… porque dos no son sino una y la única.

Y un Dios masculino que muere para nacer de una Diosa que no muere, sino que desaparece para ser reemplazada por otra que no es sino la misma. Y hombres cuyos nombres empiezan por J. Joaquín, José, Jesús, Santiago (que no es sino la deformación de San Yago, o San Jano, otra vez el Dios de las Puertas y los caminos).

Otra vez a la rueda, otra vuelta, otro giro, y otra repetición de la misma idea, como si alguien, allá en el pasado quisiera asegurarse que comprendíamos el mensaje, que el mensaje nos llegaba, que se transmitía a través del tiempo, una historia con un Dios que  muere y resucita de su propia semilla, y una Diosa Triple, Doncella, Madre y Anciana, que no muere, sino que va cambiando entre sus tres aspectos para volver al principio una y otra vez, un girar eterno de la rueda de la existencia, consecución de muertes y de nacimientos, de resurrecciones, de iniciaciones.

Yo solo lo cuento, sacad vosotros vuestras propias conclusiones.